Deby Pérez Vainstok
Aproximadamente el 4% de los adultos también experimentan Trastornos por
Déficit de Atención e Hiperactividad. Cómo afrontar la situación.
La vida moderna, con su ritmo frenético y sus constantes distracciones,
puede ser un campo minado para aquellas personas con Trastorno por Déficit de
Atención e Hiperactividad (TDAH). El TDAH es un trastorno neurobiológico, por
lo general malinterpretado como una mera falta de voluntad. La condición trae
consigo síntomas que impactan todas las esferas de la vida: personal, familiar,
social y laboral.
Imaginemos a Carlos, un programador con TDAH, que se sienta a trabajar en
un nuevo código. Pronto, una notificación de correo lo distrae, y al
responderla, su mente salta de una tarea a otra. Resultado: el proyecto se
retrasa y su jefe, confundido y frustrado, duda de su compromiso.
La desatención puede causar estragos también en la vida familiar y
social. Carlos, al olvidar las fechas importantes o no poder seguir una
conversación en una reunión familiar, provoca una sensación de negligencia
entre sus seres queridos, que pueden sentirse ignorados o poco valorados.
Hiperactividad e impulsividad
La hiperactividad se manifiesta en una inquietud constante. No es raro
ver a jóvenes con TDAH retorciéndose incómodos en sus asientos durante clases o
reuniones. Pablo, por ejemplo, siente que sus piernas tienen voluntad propia.
En la oficina, su necesidad de moverse lo lleva a dar paseos frecuentes, lo
cual, a ojos de sus colegas, se traduce como falta de seriedad o interés.
La hiperactividad de Pablo no solo se percibe en el trabajo, sino también
en el hogar y encuentros sociales. Puede manifestarse como una dificultad para
relajarse en una película familiar o una incomodidad palpable en eventos
sociales que requieren quietud, como teatros o conciertos, lo que a veces
resulta en una evitación de actividades sociales. Luego está la impulsividad,
esa chispa que convierte el pensamiento en acción sin el filtro de la
reflexión.
Otro ejemplo: para María, una madre, el TDAH significa hacer compras por
impulso que desequilibran el presupuesto familiar. Un día compra un conjunto de
pinturas para comenzar un proyecto artístico; al siguiente, adquiere
equipamiento para un deporte que nunca ha practicado.
La impulsividad de María puede llevar también a malentendidos y roces en
las relaciones sociales. Su tendencia a interrumpir o actuar sin pensar, como
al planificar un viaje sin consultar a la pareja o amigos, puede generar
tensión y conflictos, erosionando la confianza y la armonía. Cada decisión espontánea
trae consigo la sombra del remordimiento.
Cuando el reloj avanza a otro
ritmo
El manejo ineficiente del tiempo es un obstáculo engañoso. Usaré otro
ejemplo para graficarlo. Laura, una estudiante universitaria, siempre piensa
que tiene más tiempo del que realmente dispone. Suele subestimar cuánto tardará
en completar sus ensayos, lo que resulta en noches sin dormir y trabajos
entregados en el último minuto, lo que afecta su rendimiento y su bienestar.
Laura, al malgastar el tiempo y postergar, no solo perjudica su carrera
académica, sino que también deja poco espacio para las actividades en familia o
con amigos, ya que termina cancelando planes a último momento o llegando tarde,
desilusionando a quienes la rodean.
Desorganización: el caos en la cotidianidad
La desorganización es el enemigo silencioso del orden. Veamos el caso de
Roberto, gerente de ventas, lucha diariamente contra la marea de documentos y
recordatorios. Su escritorio es un reflejo de su mente: pilas de papeles que
parecen arbitrarias, pero que guardan una lógica solo comprensible para él.
Esto, sin embargo, le acarrea conflictos con sus compañeros, que no logran
entender su sistema.
En casa, su incapacidad para mantener el orden puede resultar en un
ambiente de caos, donde las responsabilidades del hogar y las necesidades de
los miembros de la familia pueden quedar desatendidas, creando un terreno
fértil para el estrés y la discordia.
Cuando los sentimientos toman el
volante
El TDAH también lleva consigo un pasajero inesperado y a menudo abrumador:
la regulación emocional deficiente. Las emociones de quienes conviven con este
trastorno suelen ser intensas y difíciles de manejar. Se encienden rápidamente
y pueden ser tan volátiles como una tormenta de verano.
Ana, con su sonrisa amplia y su risa fácil, también llora en un segundo
cuando la frustración la embarga, lo que la deja exhausta y confundida en su
vida familiar. Un comentario inadvertido de su pareja puede herirla
profundamente, desencadenando discusiones que ninguno de los dos comprende
completamente.
La regulación emocional deficiente es como una ola que arrasa tanto el
entorno familiar como el social. Las explosiones o las reacciones intensas
pueden causar desconcierto y preocupación entre amigos y familiares, que pueden
sentirse andando sobre cáscaras de huevo, inseguros de cómo actuar o responder.
El TDAH no es solo un trastorno de
niños
Cada uno de estos síntomas, en la riqueza y complejidad de sus matices,
revela un desafío diferente. El TDAH no es solo un trastorno de niños incapaces
de permanecer sentados, es una condición que atraviesa la vida de las personas,
alterando su funcionamiento en todas las esferas. Reconocer que el TDAH no es
simplemente una serie de comportamientos disruptivos, sino un trastorno con
profundas ramificaciones en todas las áreas de la vida puede abrir puertas a
una mayor comprensión y apoyo.
Cada síntoma presenta sus desafíos únicos, pero también ofrece una
oportunidad para que las personas con TDAH y sus seres queridos trabajen juntos
hacia un entendimiento y adaptación mutuos. En la empatía y el esfuerzo
compartido, se pueden encontrar estrategias que alivien el peso de este
trastorno y permitan a quienes lo viven alcanzar su máximo potencial.
Comprenderlo es el primer paso para desarrollar estrategias de afrontamiento en
un mundo que avanza a distintos ritmos para todos
Fuente Deby Pérez Vainstok
.*Deby Pérez Vainstok es especialista en psiquiatría y consultora senior
(2001). Se formó en la Universidad Nacional de Tucumán. Luego completó su
formación especializada en psiquiatría en el Centro de Salud Mental Lev
Hasharon, Universidad de Tel Aviv, Israel.